Sobre verdades y mentiras

La vieja idea masculina del Honor. La "palabra" de hombre es suficiente garantía para otros hombres.
"Nuestra tierra libre, Nuestros hombres honestos. Nuestras mujeres fértiles" - era un brindis popular en la América colonial.
El honor de los machos tiene algo que ver con el matar: No podría amarte, querida, si no amara más al Honor ("A Lucasta, en Yendo a las Guerras"). El honor macho es siempre algo que necesita ser vengado; de ahí el duelo.
El Honor de las mujeres es totalmente otra cosa; virginidad, castidad, fidelidad al marido. La Honestidad en las mujeres nunca se ha considerado importante ya que hemos sido generalmente representadas como caprichosas, engañosas, sutiles, vacilantes y a menudo hemos sido premiadas por mentir.
De los hombres se ha esperado que digan la verdad sobre los hechos, no sobre los sentimientos de los que nunca se ha esperado que hablasen en absoluto.
Sin embargo, incluso sobre los hechos ellos han mentido continuamente.
Asumimos que los políticos no tienen honor y leemos sus declaraciones tratando de romper el código. Lo escandaloso de su política no es que los hombres de posiciones elevadas mientan, sino que lo hacen con gran indiferencia y muy a menudo mientras esperan que todavía les creamos. Nos han acostumbrado al desprecio inherente a la mentira política…

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Una relación humana honesta - eso es, una en la cual dos personas tienen el derecho a usar la palabra "amor" -, es un proceso delicado, violento y a menudo terrible para ambas personas involucradas, un proceso por refinar las verdades que se pueden decir entre ellas.
Es importante seguir este proceso porque echa por tierra la decepción y el aislamiento.
Es importante porque siguiendo este proceso le hacemos justicia a nuestra propia complejidad.
Es importante seguir este proceso porque se puede contar con muy poca gente que vaya por este duro camino junto a nosotras…

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Regreso a la cuestión del honor de las mujeres. La integridad no ha sido considerada importante para las mujeres en la medida que seamos castas y permanezcamos físicamente fieles a un hombre.
De nosotras se espera que mintamos con nuestros cuerpos: teñirnos, decolorarnos, o rizarnos el pelo, depilarnos las cejas, rasurarnos las axilas, ponernos rellenos en diferentes lugares o adornarnos con encajes, caminar con pasos cortos, esmaltarnos las uñas de los pies y las manos, y usar ropas que realcen nuestro desamparo.
Nos han exigido decir diferentes mentiras en diferentes tiempos, en función de lo que los hombres de cada tiempo necesitaban escuchar. A la esposa victoriana o a la dama blanca sureña, de quienes se esperaba que no tuvieran sensualidad alguna, se les pedía quedarse "impasibles"; de la mujer "liberada" del siglo veinte se espera que finja orgasmos. Hemos tenido la verdad de nuestros cuerpos retenida o distorsionada para nosotras mismas; nos han mantenido en la ignorancia acerca de nuestros propios lugares más íntimos. Nuestros instintos han sido castigados; la clitoridectomía para monjas "lujuriosas" o esposas "difíciles". Para nosotras ha sido también difícil re-conocer las mentiras de nuestra complicidad, aquellas mentiras que creíamos. La mentira del "matrimonio feliz", de la domesticidad. Hemos sido cómplices, hemos practicado la ficción de la vida bien llevada hasta el día que testimoniamos ante el tribunal sobre las violaciones, las palizas, las crueldades psíquicas y las humillaciones públicas y privadas. La mentira patriarcal ha manipulado a las mujeres tanto a través de falsedades como de silencios. La información que necesitábamos nos ha sido retenida. Testigos falsos han sido creados contra nosotras…

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Quiero reiterar que cuando hablamos sobre las mujeres y el honor, o las mujeres y la mentira, hablamos dentro del contexto de la mentira masculina, las mentiras de los poderosos, la mentira como una falsa fuente de poder.
En las relaciones que establecemos entre nosotras, las mujeres tenemos que pensar si deseamos el tipo de poder que puede ser obtenido a través de la mentira.
Durante siglos las mujeres hemos sido enloquecidas "con luz de gas", en un continuo refutar como válidas nuestras experiencias y nuestros instintos inmersos en una cultura que sólo convalida las experiencias masculinas. La verdad sobre nuestros cuerpos y nuestras mentes ha sido mixtificada para nosotras. De ahí que tengamos una obligación primordial entre nosotras: no socavar el sentido de realidad de cada una en aras de la conveniencia; no darnos luz de gas entre nosotras.
A menudo hemos enloquecido tratando de penetrar en la verdad de nuestra experiencia. Nuestro futuro depende de la cordura de cada una de nosotras y tenemos que jugarnos el todo por el todo, más allá de lo personal, en el proyecto de describir nuestra realidad tan cándidamente y tan completa como sea posible…

Adrienne Rich

Tomado de Rich, Adrienne, "Sobre mentiras, secretos y silencios", Barcelona, España, Ed. Icaria, 1983, pp. 222-231.

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