Síncope

Basta con enfrentarse nariz a nariz con las parcas para comenzar a replantearse la vida. Basta sentir un hormigueo incesante que camina brazos arriba, un mareo de barco naufrago, el centelleo en la mirada que opaca la luz del ordenador, para saber que estamos muy cerca del borde sin regreso. Los galenos lo llaman síncope. Yo juraba que esa palabra era joda, un vocablo utilizado por las viejitas del vecindario, pero no. Allí estaba el médico, con su mirada escrutadora, dando el sermón del monte. Entre andanada y andanada de advertencias buscaba las posibles razones, esas que no aparecen en los resultados de laboratorio, para el “apagón” que me hizo besar el piso en plena madrugada.

Salí del consultorio con el rumor de aquella voz dando vueltas por mi cabeza. Sumé, resté, multipliqué y dividí durante 10 cuadras de caminata el hacer de los últimos meses. El resultado de tanta operación matemática: demasiados trasnochos, comidas fuera de horario o ayunos intempestivos, meriendas grasosas. Planillas por llenar, niños gritando de lunes a viernes, padres en desespero, casos incorregibles, presiones de trabajo. Preocupaciones innecesarias, acciones que se realizan cuando ya es tarde. Unas ganas infinitas de abandonar el horario impuesto para sumergirme de una vez y por todas en el taller a trabajar por el placer de hacerlo, aunque alguno ose llamarme  irresponsable. Decisiones postergadas. Miedos. Palabras calladas por largo tiempo que salen y causan más daño que beneficio. Oídos sordos. Afectos contrariados. Soledades en compañía. Ausencia de mí. Malas noticias.

Y yo, que pensaba que todo marchaba viento en popa, sorteaba los obstáculos cual corredora olímpica sin relevo y  no me percataba que me faltaba el aliento, que paseaba con la  tristeza pegada en el paladar, diciendo que el cansancio era un asunto pasajero, que el dolor imperceptible en el cuello era por mala postura, asuntito a resolver con un calmante de 800 miligramos.

El cuerpo es sabio. Esa masa de huesos, músculos, glándulas y sangre da señales, anuncia la necesidad de hacer un alto y reflexionar. Es mejor hacerle caso, escuchar sus voces a tiempo y corregir la plana, porque de no hacerlo el precio a pagar puede ser definitivo.

Elsa

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