Cafè, el miércoles a las 3:30

Foto:Elsa Sanguino

Han transcurrido veinticuatro años. Nos encontramos luego de haber perdido el rastro mutuo. Él, con menos cabello y los ojos tristes de siempre, un poco más tristes quizás. Anduvo por muchos rincones del mundo, aplicó en la práctica la teoría de sus sueños: una vida más justa, solidaria para todos. Sobrevivió a un terremoto y confirmó entre los escombros que veía a su alrededor, que nada es permanente o eterno.

De cuando en cuando, escribía notas que llegaban a casa en manos de un cartero sudoroso y obstinado. En aquellos años ni soñar con Internet. Yo tenía que esperar durante semanas
para saber de su existencia. Hasta aquel día cuando decidió desaparecer de un todo, porque la memoria azul y gris de estas montañas le dolía demasiado.

Hoy, café y cigarrillos estacionados sobre la mesita, constaté su necesidad de palabras. Sigue siendo un soñador, ahora con tres hijos y más de cuarenta cumpleaños encima. Es el gitano, el poeta, un desarraigado que antes de partir me mostró en sus ojos amarillos las distancias que le faltan por andar. Procuré no interrumpirle mientras hablaba. El silencio me condenaba al extravío en la intrincada cartografía de sus pasos.

Prometimos otro café y menos ausencias. Desde mi propio exilio lo convidé a escribir. El blanco territorio del papel, en ocasiones, es la única patria posible.


Elsa Sanguino

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