CLAVES, CODIGOS Y DESMEMORIA

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Introduzca la clave… dice el operador de la caja registradora con aire de cansancio. Y allí van los numeritos que con tino permitirán el descargo de un pago en la ferretería.

Me he percatado que todo, absolutamente todo, depende de las claves. Los computadores. Las cuentas de los bancos. Los talones de pago del trabajo. Los correos, páginas electrónicas y blogs. la televisión por cable. El proveedor del gas doméstico. Los repuestos de la lavadora. Los servicios médicos y pare contar.

Perfecto, maravilloso, si pudieran manejarse todas las situaciones con la misma clave. Una sola, única e inviolable clave pero no. Cada cierto tiempo se hace necesario cambiarlas, por seguridad dicen las páginas de alerta, que leo si logro recordar el acceso de uno de mis correos.

Algunas son alfanuméricas. Otras numéricas solas. Otras alfabéticas únicamente. De cuatro cifras, de seis máximo otras. Las hay también sin límite específico, es decir que pueden ser algo así como “el-nombre-completo-de-mi-abuelita-mas-la-talla-de-pantalón-de-mi-marido”,”la-ciudad-donde-extravié-la-billetera”, “la-fecha-cuando-el –nene-el último-se-le-aflojó-su-primer-diente-de-leche”.

Las preguntas de seguridad me dan risa. El nombre de su mascota de infancia. ¡Ajá! ¿Y si no tuve? La profesión de su abuelo. Aquel anciano hacía de todo. El color de cabello de su mejor amiga. Bueno, aquí si me la ponen difícil: Son varias y la mayoría de ellas, a estas alturas, se tiñen el cabello.

Cada vez que por alguna razón aparentemente lógica debo cambiar alguno de los mentados códigos, comienzo a tener sudores fríos durante la semana posterior al reacomodo obligado. He optado por anotar los datos en un papelito. Dicho papel, depositado en algún remoto lugar de la cartera, me hace acreedora de las miradas desesperadas de las cajeras y de la impaciencia no manifiesta del resto de los compradores, que esperan en cola. ¿Es que acaso a ellos no les sucede?

Añoro los tiempos aquellos de viva el alto, del santo y la seña.

Para mi fortuna respirar, reír, amar, no requieren de claves ni contraseñas.

Elsa Sanguino

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